martes, 27 de octubre de 2009

LIBRE




     Dentro de cada uno de nosotros late un corazón. Esto, dicho así, parece una perogrullada. Lo es, desde luego. Pero yo estoy viendo ese corazón. Lo veo porque llevo gafas. Todos los que llevamos gafas vemos más allá de las cosas. Los que llevamos gafas especiales, claro; los otros, los que llevan gafas normales, no, esos sólo ven el mundo plano que ven los que no tienen gafas. Esto de las gafas, dicho así, también parece una perogrullada. Lo es desde luego. Pero para ver el corazón, ese otro corazón que late en cada uno de nosotros, ese corazón que nos dirige los pasos, que nos empuja suavemente hacia un lado u otro del sendero; para ver eso, digo, sí hacen falta unas gafas. Unas gafas especiales que no se pueden comprar, que aparecen y desaparecen, a su antojo, en una tienda que hay en La Calle Mundo, aquí en el Planeta Tierra.
     ¿Qué cómo podemos hacernos con unas gafas de esas? Pues, aunque parezca mentira, cerrando los ojos, mirando hacia el adentro de nosotros mismos. Hacia el otro lado. Si hacemos eso, es fácil. Porque en la tienda de La Calle Mundo hay muchas gafas de éstas. Y el tendero es un buen hombre. A poco que le pongas delante una melancolía cualquiera vestida de otoño se deshace. Y con un beso te llevas tres, o cuatro, según le dé. Y una vez puestas las gafas ya ves eso que yo estoy viendo. Este corazoncito que nos dirige suavemente hacia un lado u otro del camino.
     Yo este corazoncito, mi corazoncito, lo tengo domesticado, no dejo que me levante la voz, ni que me hiera más. Ha sido una pelea tremenda, pero al final lo he conseguido. Ahora es como un perrito. Cuando llego a casa me recibe moviendo el rabo y dando saltitos de alegría. Yo le paso la mano por el lomo y le digo. Tranquilo amiguito, esto es sólo la vida. La vida que pasa y te arrastra. Tómate un güisquicito, siéntate a mi lado frente al ordenador, y déjame hacer lo que realmente quiero hacer, anda. Y no me des más la lata. Él me mira con esos ojos perrunos cargados de silencio, durante un rato. Luego se distrae. Y me deja libre. Por fin libre.
     En ese momento empiezo a escribir estas perogrulladas.





15 comentarios:

  1. Santiago,nos dejaste a dos velas trás quitarnos la piruleta de la boca, cuando más gustosamente la estabamos saboreando.
    Creo que has reaccionado raudo y veloz y, tras habernos expuesto esa situación incomoda que con buena voluntad esperemos que se vaya canalizando, ahora nos regalas este precioso relato.
    Intento cada día mirar a traves de esas gafas. La sensación que se siente es la misma que tras inyectarse una dosis del proverbio chino “ Antes de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu casa”

    Un abrazo

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  2. Yo creo que para ver, lo mejor es cerrar los ojos y pensar...salvo que esas gafas de las que hablas sean tan mágicas que eviten la necesidad de hacerlo...Ah, y domesticar el corazón es una putada, pero seguro que sirve para sobrevivir...de otro modo no podriamos ni movernos...No somos dioses - o Dios, con perdón - que si tuviera corazón lo tendría blindado...y sus gafas, no te digo lo empañadas que están...no ve ni el Hambre, ni los terremotos, ni las inundaciones...en general, el sufrimiento y el dolor humanos, que, sin duda, son culpa del Hombre, no me cabe la menor duda, por supuesto...por el pecado original y todo eso. Y ya puestos a continuar haciendo las cosas mal...sólo te ha dado las gafas mágicas a ti. Qué parcialidad. Yo también quiero unas.

    Port

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  3. Santiago ¡menudos cambios de humor! ¡Pero que inquieto eres!
    He estado fuera sólo siete días y no sé si marcharme a Rabat, jugar con una piruleta y chupar un teclado ¿o era al revés?, defender la libertad personal ante la censura, o relajarme con tu último relato.
    Creo que me quedo aquí leyendo tus perogrulladas, como tu las llamas.

    Lastima que no todos tengan esas gafas...el mundo sería un lugar mejor y más amable donde vivir. Si cada vez que actuáramos miráramos dentro de nuestro corazón, las acciones o elecciones serían las adecuadas...porque si es bueno para mí, también para los demás.
    Lo de domesticarlo, conseguir que deje de gritar y herir...francamente, tendrás que explicarme como se hace.

    Un abrazo.

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  4. Querido: Quién tuviera un corazón tan grande como el tuyo para domesticarlo o sacarlo a pasear. En lo referente a las gafas, el problema es distinto, nunca entendí bien por qué nos dispensan diversos cristales si todos tenemos que mirar lo mismo. Sé que el mundo sería un aburrimiento si fuésemos todos iguales pero, lo que sí es seguro es que seríamos capaces de construir algo en vez de destruirnos. Me puede y me cansa, no que la gente piense distinto, sino nuestra propia incapacidad para mirar al otro. Te quiero, Santiago, te admiro y mi corazón siempre irá junto al tuyo y el de Elena. Soledad

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  5. Creo que has domesticado tan bien a tu corazón, que se ha convertido en uno de los corazones mas cálidos y tolerantes que conozco. Lo has hecho tan bien, que ni siquiera necesitas cerrar los ojos para mirar hacia adentro y ver lo grande que eres Santiago.

    Tú sí.... tú sí eres grande y libre, pero encima nos contagias.

    Gracias querido Santiago por estar a nuestro lado siempre con tus gafas especiales.

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  6. Hola, Santiago: No sabía que al corazón se le puede domesticar. Yo soy de dar rienda suelta a mis sentimientos y nunca me lo he planteado. Es raro el día que, por unas cosas u otras, no suelte alguna lagrimita. No sé si sabes que soy miope, aunque el corazón me lo veo sin gafas y sin lentillas. Unas veces está triste y otras alegre, pero siempre con ese tic-tac que me hace vivir, cada momento, intensamente. Y la verdad,le estoy muy agradecida porque me gusta como siente.

    Un abrazo.

    Mila

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  7. Creo, Santiago, que mantendré mi corazón en estado salvaje, por si alguna vez fuese necesario. Los seres como yo necesitamos tener cerca, con frecuencia, la serenidad y el buen juicio de otros como tu.

    Habrá que preguntar a nuestro amigo Port si esto son tambíen cosas del Yin y el Yang.

    Pero casi seguro que es cosa del afecto.

    Un abrazo.

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  8. "El yin y el yang son opuestos. Todo tiene su opuesto, aunque éste no es absoluto sino relativo, ya que nada es completamente yin ni completamente yang. Por ejemplo, el invierno se opone al verano, aunque un día de verano puede hacer frío y viceversa.
    El yin y el yang son interdependientes. No pueden existir el uno sin el otro. Por ejemplo, el día no puede existir sin la noche.
    El yin y el yang pueden subdividirse a su vez en yin y yang. Todo aspecto yin o yang puede subdividirse a su vez en yin y yang indefinidamente. Por ejemplo, un objeto puede estar caliente o frío, pero a su vez lo caliente puede estar ardiente o templado y lo frío, fresco o helado.
    El yin y el yang se consumen y generan mutuamente. El yin y el yang forman un equilibrio dinámico: cuando uno aumenta, el otro disminuye. El desequilibrio no es sino algo circunstancial, ya que cuando uno crece en exceso fuerza al otro a concentrarse, lo que a la larga provoca una nueva transformación. Por ejemplo, el exceso de vapor en las nubes (yin) provoca la lluvia (yang).
    El yin y el yang pueden transformarse en sus opuestos. La noche se transforma en día, lo cálido en frío, la vida en muerte. Sin embargo, esta transformación es relativa también. Por ejemplo, la noche se transforma en día, pero a su vez coexisten en lados opuestos de la tierra.
    En el yin hay yang y en el yang hay yin. Siempre hay un resto de cada uno de ellos en el otro, lo que conlleva que el absoluto se transforme en su contrario. Por ejemplo, una semilla enterrada soporta el invierno y renace en primavera"

    Por la transcripción, Port.

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  9. Gracias Alicia por ese piropo que da fe, no de la calidad del relato, si no del sentimiento que te aiste. Me encanta que tus ojos se pongan las gafas de lo que uno es antes de intentar ver lo que los otros son.
    Un beso.

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  10. Es peligroso querido Emilio, escribir de religión en esos términos, y menos no siendo doctor en teología. Y tú sabes por qué.
    En cuanto a lo de las gafas. Estás equivocado. Tú ya tienes unas. Lo sé porque yo las vi, aquel día que estuvimos en tu casa. Están amigo, o estaban, en el bolsillo derecho de tu chaqueta, envueltas en un trapo verde de lana muy gastada.
    Lo sé, porque, sin que tú te dieras cuentas, aquel día yo me las puse. Me las puse y pude ver. Y lo que vi era todo un mundo. Un mundo desconocido y fantástico. Había una puerta. Y en la puerta un letrero. "Pasa, esta es mi casa", decía. Y lo firmaba un tal Emilio, Emilio Porta.

    Un abrazo.

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  11. Es verdad Mari Carmen. No puedo estarme quieto un instante.
    Es toda una suerte tenerte aquí en mi casa. Puedes quedarte. Es también tuya; ya sabes que tengo muchas habitaciones.
    No sé si es acertada la frase: si es bueno para mí es bueno para los demás; sobre todo si se tiene el corazón sin domesticar.
    El corazón juega muy malas pasadas, ya lo sabemos. Por eso hay que fiarse lo justo de él. Y esa justeza es justo el punto x. Cada cual lo pone en donde le parece. De ahí que nos vaya como nos va.
    Un beso.

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  12. Gracias Soledad por estar conmigo. La verdad es que siempre estás conmigo; porque esto de escribir hay que hacerlo forzosamente contigo. Y yo escribo todo lo que puedo, no todo lo que quisiera. Así estamos menos juntos y, claro, por eso me dices estas cosas.
    No sé si es acertado lo de que todos tenemos que mirar lo mismo. A veces tengo la sensación de que no. De que cada cual está viendo su propio mundo y de que lo que hay que ver, sencillamente, no existe. O puede ser también que esas gafas que nos recetan, distintas para cada uno, sean las responsables de que nos parezca que hay sólo un escenario que mirar, habiendo en realidad muchos. No sé, esto es muy complicado para mis cuatro neuronas mal avenidas.
    Yo también estoy cansado de intentar encontraros allá en donde mi corazón domesticado me dicen que estáis o debierais estar. Así que me paso la vida buscándoos. Y no os encuentro. Y eso también duele.
    Un besazo, amiga.

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  13. Rosa, siempre me pones el dedo en la yaga. Siempre me hacen temblar de emoción tus palabras. ¿Por qué será?
    Pues creo que es porque yo vi en ti, desde el principio, aunque entonces no tuviera mis gafas puestas, esa sombra de música enamorada que tienen tus versos. Yo creí en ti desde el principio.
    Ahora sé que no me equivocaba. Ahora cada vez que me dices cosas tan bellas como las que me dices, me pasa eso, tiemblo, tiemblo de emoción.
    Un besazo.

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  14. Mila, gracias Mila por tu cercanía. No sabía nada de los vaivenes de tu corazón - lo suponía, eso sí -, ni del mirar pausado de tus ojos, pero siempre supe que eras todo temperamento, todo fuerza interior.
    Por eso supe que habías reído mucho y llorado mucho, y por tanto que eras una persona completísima.
    Y de eso hay poco, te lo aseguro; como los vinos buenos.

    Un besazo.

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  15. Estimado Manuel.
    El corazón domado sigue siendo salvaje fuera del entorno en el que vive, sólo es sensato en los tres o cuatro metros que rodean el espacio en el que nos movemos.
    Suelto, es terrible, no atiende a razones. Así que, sí, sujétalo fuerte. Yo no le dejo salir de casa, que luego hay que pagar todos los destrozos. Porque en esta vida se paga todo, incluso hasta las buenas palabras, que pueden parecer debilidad.
    Y sí estoy de acuerdo contigo en lo del Yin y el Yang. Parece que este mundo no puede existir sin la balanza: siempre ha de haber algo que sea lo opuesto de lo puesto.

    ¡Jo! Un abrazo.
    Y la visita a Sierra Camello lo hablamos el 14. Que estoy encantado de enseñaros mi casa, auque sea con fantasmas y todo.

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