viernes, 29 de junio de 2012

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Domingo Santos
POR ALUSIONES
          Pues sí estimado Sr. Santos, a la izquierda del acceso a la tienda está el escaparate. Desde la calle, mientras le relato esto, se cuela una luz tibia y rosada. La base es una plataforma rectangular enmoquetada por entero de azul celeste, de tres por dos, sobre la tarima flotante en color roble que cubre el resto del suelo del comercio, a uno cuarenta metros y medio de altura. Sobre el azul hay una pared de cristal blindado que asciende recta e imponente hasta donde no llegan las manos de los ladrones. Desde arriba unas potentes bombillas encienden el aire. La luz desciende vestida en vaporosos vestidos floreados. Las pastillas más recientes, las novedades, como ya he dicho, están en el centro exacto del escaparate; bella, diríamos incluso que delicadamente depositadas sobre unos resplandecientes cojines forrados de seda en rojo y oro. Hacia los extremos van cayendo las otras pastillas, las que en su tiempo fueron centro y ahora son recuerdo reciente de un pasado que empieza a deslucirse. Cayendo, sí, Sr. Santos, deslizándose hacia el cajón del olvido, hacia esa puerta oscura del cuarto trastero. Hay también, sostenidas por chorros de aire a presión, algunas pastillas que bailan el lento vals de lo clásico, como si pisaran sobre un suelo a distintas alturas, una superficie por supuesto inexisten.
César Mallorquí
POR ALUSIONES
          El resto de la tienda, amigo Mallorquí, es una pared curva pintada de un verde pistacho fosforescente. El techo se adorna con un desierto intergaláctico con efectos tridimensionales. Si levantamos los ojos podemos percibir el vacío, y el frío del vacío, y la oscuridad sin estrellas del vacío dando vueltas y vueltas. Es como una caída hacia la nada. Sí, sí; hay una docena de flechas luminosas que se encienden y se apagan regularmente y que arrancan de la línea que une el escaparate y el suelo. La última de ellas, veinte metros hacia el interior, topa con la pared. Rozando esta última línea de luz discontinua, a la derecha del que entra en la pastillería, hay un círculo en el suelo, pintado de blanco, tal y como usted, estimado colega, muy bien ha adivinado, de algo más de un metro de diámetro. Exacto, es el punto desde el que la pared inicia su curvatura. Sobre la tercera flecha está Cecé, y el tendero sobre la cuarta. Sí claro, le explico, amigo Mallorquí. Las pastillas son, sirva la redundancia, como una pastilla de Jabón Lagarto. Como una de aquellas para lavar la ropa sucia, de las antiguas, de las que usaban las mamás de los años sesenta y setenta. Sí, es verdad, ahora ya casi nadie las compra, aunque se siguen fabricando. La empresa aguanta bien el inquebrantable paso del tiempo. Pues eso, un mazacote de diez centímetros de largo, por cuatro de ancho, y por cuatro de alto. Eso sí, de distintos colores. Todo en función de la información que contengan. Las matemáticas son fucsia, las religión verde ajo puerro, la poesía rojo, como la vida, la novela en blanco y negro, como las viejas películas mudas.  
Elia Barceló
POR ALUSIONES
          En cuanto a su pregunta, Doña Elia, es decir mi queridísima y estupendísima Barceló, el acto no tiene mayor complicación. Nosotros abrimos la cartera, sacamos el dinero, o nuestra tarjeta de crédito, y pagamos. Aquí, en cambio, se excretan cuatro puntos de luz de color y de duración variables y, seguidamente, algunos gramos de seda. En todas las lunas, y esta quinta luna madrigaleña no es distinta, el pago de las pastillas se hace de la misma forma. Sobre ese círculo en el suelo, siempre cerca de la pared, están incrustados los cuatro triángulos: el rojo del distribuidor, el amarillo del editor/productor, el verde del autor/técnico/inventor, y el blanco del vendedor. En nuestro mundo pagamos una sola vez y ellos se lo reparten, no sé yo si en la misma proporción; aunque todo apunta a que por ahí van los tiros. Aquí no. Aquí, al distribuidor de las pastillas, se le dan seis segundos de luz roja y un puntito de seda, también en rojo, de dos gramos. Al editor/productor, cuatro segundos de luz amarilla y un puntito de seda, también amarilla, de dos gramos. Al autor/técnico/inventor, un segundo de luz verde y un puntito de seda verde de un gramo. Y, finalmente, al vendedor, medio segundo de luz blanca, y medio puntito de seda del mismo color de la luz. Sí, amiga, ocurre lo mismo que en cualquier punto de la galaxia. Se paga más el movimiento visible que otra cosa; de los traslados de mercancía hablo. Porque todo es mercancía, no lo olvidemos. Y digo movimiento visible porque tras el acto de la edición/producción, por ejemplo, o el de la simple venta de las pastillas, también hay movimiento. Pero eso es algo inapreciable en esta sociedad madrigaleña en la que lo importante es, sobre todo, lo visible. Lo otro, el tiempo empleado en hacer las cosas bien, las virtudes que animan cada creación, el esfuerzo que contrae toda producción, por ejemplo, es nada; eso son sólo elementos sin importancia.

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4 comentarios:

  1. Otra vez leo en su blog.
    Seguir contando una historia así, introduciendo en la ficción de ciencia ficción nombres de escritores famosos de la ciencia ficción española, me parece un acierto.
    Un blog interesante.
    Elia

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  2. Éste no es mi Iacob.
    Yo sabía que tenías mucha imaginación, pero tanta no puede ser buena.
    A mí no me gusta.

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  3. Gracias Sra. Condesa.
    Su sinceridad es bien venida a esta bitácora.
    Es verdad, yo no soy su Iacob.
    Está claro que a usted, en cuanto la sacan del cuarto de estar de lo supuestamente real, de lo clásico, de la tradición, se pierde.

    Iacob

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