viernes, 28 de diciembre de 2012

El Exorcista, ni era padre, ni se llamaba Merrin




     Estoy sentada a la mesa y mis ojos no ven con nitidez el final de la misma, de tan lejos como está, de tan oscuro como está. Esta luz de fuego y este olor a manteca de cerdo ardiendo bailan en el aire una danza ancestral y me hacen lagrimear. El tenedor pesa lo menos medio kilo y el cuchillo otro tanto, y tienen ese color de la plata desgastada por el uso de los años. El plato tiene un hilo grueso de oro en el borde. Y la copa de vino. Y el capuchón metálico del tapón de cristal de la botella. En su oscuro vientre verde oliva aguarda el resto del vino que forzosamente he de tomar.


     Estoy engalanada para la ocasión y el vestido rojo deja al aire mis hombros.




     A mi izquierda Freddie Kruger, con su cara en carne viva y su deshilachado jersey de lana a franjas horizontales negras y rojas. No se ha quitado el sombrero siquiera, pero sí las afiladas navajas barberas con que se te aparece en los sueños. Las manos desnudas están abandonadas sobre la mesa, ancladas en la inmovilidad. Y me mira tan desesperadamente como a ti. La hondura del invierno que habita en su corazón, que no es poca, se hace presente. Y en sus ojos la lejana soledad de los degollados, ese punto de terror que hará que desees despertar y no puedas.

     Sin saber por qué la carne me arde; y Ella, de pie, toda de negro, como un jinete lobuno lejano y solo, a mi lado,lo sabe.  




     A mi derecha Don Manuel Bueno, el sacerdote. Impecable su sotana, impecable su alzacuello blanco, impecable su corte de pelo engominado y su triste mirada de cordero indeciso ante la cruz, impoluta su piel de cera y su palidez de tinte fantasmal. Tiene las manos en actitud orante, sus manos, las manos que bendicen; y los ojos prendidos en el dolor carnal que presupone el rostro de Freddie, sus ojos, los ojos que han escrutado la inmensidad de los cielos en busca de lo eterno y sólo han visto el eterno presente azul de la altura de este mundo. Pese a todo, todo él irradia calidez. Y sus labios se mueven. Y si presto atención puedo oír incluso el bisbiseo de una oración. La oigo tan nítida como siento ahora la ligera brisa que de repente me agita los cabellos.

     Los tres tenemos en el plato tres langostinos rosados que forzosamente hemos de tomarnos.




     Estoy sentada a la mesa y engalanada para la ocasión. Y si sigo mirando hacia el fondo veo que al lado de Freddie se acomoda José Luis, con pajarita. Y cuando usa su sonrisa de Mister Bin, maldita la gracia, que no la veo, la cara se le deforma y se transforma en la del muñeco poseído por Charles Lee Ray, el mismo enigmático juguete que tantas angustias nos hizo pasar hace unos años. Así que lo prefiero serio, aunque en su rostro se superpongan otras caras, una tras otra, sin descanso. La negra boina inconfundible, la estrella roja, el puro y la barba de Ernesto, por ejemplo, o la mano izquierda de Vladímir Ilich Uliánov, levantada sobre la frente y la calvicie, bajo una hoz y un martillo bañados en sangre.



     Por eso los ojos se me van a la derecha. Y allí veo a José María, al lado de la sotana de Don Manuel. Iglesia y Estado es la canción antigua que se oye de fondo. Y es como un gregoriano, sobrio, poderoso, autoritario, casi convincente. Hay un cierto olor a podrido, o a quemado. Y si escucho más allá, si me esmero por aprehender el ruido de fondo, advierto los cantos utópicamente esperanzados de la secta cristiana ante la muerte, bajo la bota del emperador de Roma, o el alarido de los judíos en las cámaras de gas, bajo el yugo hitleriano; e incluso, los clamores de las brujas en la hoguera inquisitorial.
     Y me siento horrorizada. Y me pregunto qué estoy haciendo yo aquí en esta Noche Buena, tan lejos de todo lo que amo.




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     Pero no hay tiempo para más.  





     Ella toma la palabra y nos obliga a comer. El primer langostino cae en nuestros estómagos y todos los comensales del ala izquierda desaparecen. Ella sigue hablando, levantando la voz sobre el silencio. Y nos comemos el segundo langostino, y todos los comensales del ala derecha desaparecen. Finalmente, Ella, sin previo aviso, se deshace en el silencio.  


     Me quedo sola, ante el último langostino. Entonces aparece el niño, desnudo, caminando sobre la mesa, desde el fondo, hacia mí, rubio como un sol, sonriente como una flor. Yo sé quién es. Por eso le pido que me muestre la verdad. Sé que él es el único que puede hacerlo. Y todo cuanto sé de mí se va transmutando en él. Es como entrar en el olvido y saber realmente lo que está pasando.


     Entonces Ella, en el límite mismo de mi existencia, me ofrece la copa del vino que obligatoriamente he de beber. Y bebo. Y vuelvo.  





          Y por eso les escribo estas palabras, 

          para no olvidar del todo lo que somos.










12 comentarios:

  1. Una mesa que se mueve entre nieblas, fantasmas que cumplen con el protocolo de una cena en una noche sin presente ... Siento frío !!

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  2. Somos eso y cosaspeores besosy feicesfiestas

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    1. Es verdad, Rosa.
      Puestos en contradicción, no sabemos lo que podríamos llegar a hacer.

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  3. A la tristeza inherente de estos días - no lo neguemos, es así para muchos - Iacob añade el terror. Con un rayo de esperanza, eso sí, final. La mezcla de comensales con los langostinos hace difícil mirarlos, a partir de ahora, de manera inocente. A los langostinos, claro. Aún así, si alguno cae cerca - no muchos, dada la situación - trataré de no pensar en esta entrada y lo degustaré sin miedo, espero. La imaginación desbordante del autor - después de sus amables fotografías - nos depara una reflexión crítica sobre la vida que vivimos, sin duda. No coincidimos siempre en el tratamiento, pues yo soy poco amigo de lo gore, pero sí en la inteligencia del análisis. Y en la amistad que, en estas fechas y fuera de ellas, con Iacob Shilenus se va conformando y con su amigo Solano Grande no se olvida.

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  4. He puesto el adjetivo amable a sus espléndidas fotografías de viajes, pero no es adjetivo adecuado. Yo les pondría otro más correcto: personales y profundas.

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  5. Siempre me sorprende la capacidad que tiene la lectura de abrir, no solo la puerta de la imaginación y reflexión, sino también la del recuerdo. Y es que esta extraña cena me traslada al momento en el que conocí por primera vez a Elvira Robles.

    A través de Elvira en el que fue, creo, su primer contacto con el mundo sobrenatural y de los espíritus, conocí a una Dama de negro extraña y aterradora. Mucho especulamos sobre su naturaleza y procedencia. De repente desapareció, o eso pensé… Al leer estas líneas me ha asaltado la idea de que, quizás, en ese olvido continúe la Dama instalada.

    Interesante cena, sin duda.

    Besos y un fuerte abrazo.

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    1. Gracias Mari Carmen por tus palabras:
      Ella, está y es ese olvido.

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  6. Pues sepa usted, Sr. Shilenuss, que esta publicación a mí me parece de lo más desafortunada, diría incluso que injuriosa y entrometida.

    Esta bitácora, durante estos días de adviento, ha sido coherente con el tiempo que toca vivir. Con mi entrada relativa a Doña. Trim, había, por encima del clima de nostalgia y soledad que lo impregna todo, un común denominador, una cierta empatía. De ahí el belén de la cabecera y el Niño en el pesebre, que es símbolo inequívoco de Unidad.

    Pero estas palabras de Elvira vienen a romper el hechizo, desbaratan todo lo que entre usted y yo hemos construido. Intercalan en este remanso de paz ese espacio de odio y muerte y terror, y maldad, como escribiría ella, que repite la conjunción "y" hasta la saciedad; y como dice mi amiga Trim, siembran nuestro campo con el frío del Mal.

    No sé qué razones le han llevado a permitir en esta bitácora la entrada de este cuchillo, no ya de esta entrada, si no de la misma Elvira; no sé por qué esta agresión porque sí continuada que hace la desdichada.

    Esta vez se ha equivocado, amigo Shilenuss. Es de sabios rectificar. A ello le conmino. No lo tome como una amenaza, pero si no hace algo al respecto, tendré que tomar yo mis medidas.

    Comprenda, no puedo sentar a mi mesa a esta gentuza.

    Nandy de Lara

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    1. Bueno, la que ha montado usted.
      Hablaremos sin duda.
      Y también con las otras.

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