sábado, 8 de noviembre de 2008

EL ARCÓN MÁGICO

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EL ARCÓN MÁGICO
(En primera persona)



       Yo vivía en el bosque del Alba, en una cabaña que había fabricado mi soledad y mi necesidad. Poca gente sabía que yo vivía allí, en el campo, bajo las ramas y las hojas de las acacias, de los olmos, de los avellanos, de los nogales; al lado de un riachuelo de aguas transparentes con muchos peces.
       Me gustaba caminar por el bosque, hablar con cada uno de los seres vivos que lo habitaban, ya fueran vegetales, ya fueran animales: los quería a todos. Los quería tanto que hasta les pedía permiso cuando tenía que utilizarlos para mi subsistencia.        Era un perfecto desconocido. Lo fui, los soy, es lo que quiero. Es más, estoy orgulloso de ello.
       Yo me hacía toda mi ropa: los pantalones, las camisas, los calzoncillos, los calcetines, las chaquetas, los abrigos. También el calzado me lo hacía yo, con las herramientas de zapatero y mucha paciencia, que para coser elementos tan duros no soy muy ducho.
       Todas las tardes subía a la montaña, a ver la anchura, la altura, la profundidad del mundo. Las puestas de sol en días claros, los atardeceres cuajados de nubes negras antes de dejarse caer sobre la tierra transformadas en lluvia, el ocaso rojo del los estíos y la limpieza virginal de un cielo lleno de estrellas. Me gustaba, me fascinaba ese momento maravilloso en el que Dios se ponía melancólico y descubría para mí las verdades eternas.
       Mi relación con los hombres era nula, o casi nula. Un hola o un hasta luego cuando bajaba al pueblo y me cruzaba con alguien. El tendero, que se llamaba Anselmo, me miraba cuando entraba en la tienda como quien ve a un aparecido; no me daba ni los buenos días siquiera. Me veía coger lo que necesitaba – una caja de clavos, una lata de sardinas, una sierra -. Y yo, claro, tímido como soy, pues me ponía mi mejor sonrisa y le pagaba; le pagaba y salía por donde había entrado.
       Él miraba los billetes nuevos que le daba y se quedaba un poco perplejo, los pasaba por la maquinita de la luz azul, para ver si eran legales. Luego se le ponía una expresión en la cara un tanto bovina y me devolvía la sonrisa.

       Pero hoy tengo miedo. Tengo miedo porque he cometido una tontería. Les cuento. Anselmo, el tendero, me ha preguntado cómo me llamaba. Lo primero que he pensado es que mi disfraz de hombre se había quebrado y me estaba viendo como lo que soy, como un elfo (1). Yo, pasado el susto primero, tras verificar en el espejo del mostrador que toda mi apariencia estaba en orden, ni le he contestado. No por nada, sólo porque hace ya muchos años que no tengo la costumbre de hablar, porque no hay necesidad de ello. Pero luego él ha dicho que yo tenía razón, que él no tenía derecho a meterse en mi vida. Ahí me he ablandado. Yo soy así, blando de corazón, amo todo cuanto me rodea, incluso a los seres humanos. Y al ir a pagar le he dicho:
       - Me llamo Juan y vivo en el bosque, solo; bueno solo no, con los animales, con los árboles, el aire, el cielo, las nubes.
       Anselmo no ha dicho nada más, ha registrado la compra, como si tal cosa. Luego ha dicho:
       - Son treinta y cinco euros con cuarenta céntimos.
       Yo he sacado el dinero y le he pagado.
       - Oiga, amigo, y si vive usted solo en el bosque, y nunca sale de él; quiero decir, que sólo sale de él para venir aquí, a la tienda a comprar, ¿por qué siempre me paga con dinero nuevo?
       Y ahí me perdí, me ablandé del todo. Me puse colorado, me azoré. Ahí, metí la pata, cometí de nuevo la misma tontería de siempre; simplemente le dije la verdad:
       - Porque en mi cabaña tengo un cofre mágico. Cada vez que lo abro hay en él el dinero exacto que necesito para la compra.
       - Es usted un bromista, claro.
       - No, es la verdad – dije.
       Por eso hoy tengo miedo. Hoy, ahora mismo, tengo miedo; ahora mismo estoy temblando. Tiemblo porque sé que vendrán, y me llevarán, y me despellejarán como han hecho siempre con todos los de mi especie, con todos los elfos.

       Estoy en la montaña, atardece. Veo el fuego alzarse sobre las paredes de lo que fue mi hogar. Estoy triste. Pero es mejor así, que mañana, cuando vengan a por mis tesoros, encuentren ceniza, la ceniza de estos últimos trescientos años de mi vida.



(1) El término “Elfo” se podría sustituir por cualquier otro ser producto de la imaginación humana, o por cualquier otro animal o persona del pasado, del presente, o del futuro. Por ejemplo: nomo, hada, nuberu, trasgo, mohicano, Yeti, cíclope, minotauro, lamias, fauno, Drow, Ninfa, ogro, licántropo, grifo, pigmeo, etc. El efecto, ¿sería el mismo?

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