lunes, 23 de febrero de 2009

LA HABITACIÓN 203

Documento sin título



       La habitación, la doscientos tres, tiene una cama con ruedas, a la izquierda, más allá del armario empotrado de puertas correderas que hay justo en la entrada, a la derecha, frente al cuarto de aseo: un lavamanos, dos cuñas – una para hombre, otra para mujer -, una papelera metálica, una ducha sin mampara. El lecho para el enfermo tiene también diversos artilugios que permiten graduar la altura y el ángulo de inclinación. Al fondo hay un gran ventanal cubierto por unas cortinas de raso que amarillean. Al otro lado, en el exterior, un patio y una calle secundaria, vacía, gris plomo. Debajo de las tristes cortinas hay un sofá cama biplaza en verde oscuro, muy gastado por el uso. Una televisión apagada. El color crema de las paredes se oscurece bajo el cielo encapotado que cubre Madrid.
       La bolsa con la resonancia magnética y los análisis preoperatorios queda sobre la cama, al lado de una bata negra sin mangas, semitransparente. Los dos hermanos, él y ella, se sientan en el sofá verde. El otro hombre, el que de vez en cuando se toca la rodilla y hace un gesto de dolor, en el sofá con ruedas, monoplaza, que hay junto al lecho. No han hecho más que entrar, y reciben la primera visita. Una mujer de unos cuarenta años, vestida de blanco.
       - ¿Quién es el enfermo? – pegunta.
       El que está solo, en el sofá, junto a la cama se levanta.
       - Yo – dice.
       La mujer saca un portafolio. Lo abre.
       - ¿Alergia a algún medicamento? – pregunta.
       - No, que yo sepa.
       - ¿Está tomando algo?
       - Sí, Diazepan y Prisdal, para estar tranquilo.
       - ¿Diabetes?
       - No, aunque los análisis dan doscientos veintisiete. Un poco alto, pero no tomo nada. Sólo andar; y ahora con la pierna así, pues.
       - Bueno, a las tres, se desnuda y se pone la bata.
       - ¿Sólo la bata?
       - Sí, nada más.
       El silencio lo cubre todo, un silencio irreal, mortecino.


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