martes, 3 de marzo de 2009

VÍA BIERTA



     Pero es sólo un momento, tres o cuatro minutos, lo que tarda la puerta de la habitación en abrirse. Entra un hombre alto, con chaqueta roja, pantalón y zapatos negros, rolex en la muñeca, sonrisa de cine en ristre.
     - Hola, muy buenas. Soy el director de servicios de planta. En la mesilla de noche tienen el folleto con todos los detalles del régimen interior de la clínica. Horario de comidas, de cafetería, cena, desayunos. Si necesitan algo, toquen el timbre y estoy aquí en un periquete; o marquen el cero, como prefieran. La tele es gratis hasta las tres de la tarde. A partir de ahí vendrá el encargado y podrán, o no, según lo prefieran, contratar el servicio. Saludos. Si necesitan algo, ya saben, llamen, no lo duden.
     El hombre de rojo sale de la habitación, como dando saltitos de placer, con un giro a derechas un tanto cómico, casi afeminado. Manuel coge el mando de la televisión y pulsa una tecla, al azar. Manuel es el cuñado del enfermo, ese sesentón de barba canosa que tiene hambre, el hambre de las ocho horas de ayuno previas a cualquier intervención quirúrgica, el que está solo y piensa en su madre muerta, así, como si fuera a ocurrir algo, el que está sentado en el sofá junto a la cama que se estremece: no en vano los hechos de dolor se aferran a la línea del horizonte.
     Las voces del programa rosa saltan y se hunde en la cabeza de todos. Desaparece la soledad en un instante, tras la cortina de audio de la vida televisada. Entonces entra otro hombre vestido por entero de blanco. Parece un enfermero. Lleva en la mano izquierda una bandeja blanca con una toalla y unas maquinillas de afeitar.
     - Hola, soy el barbero, vengo a rasurarle.
     - ¿Ahora que había conseguido tener una señora barba? – protesta el enfermo.
     - No, la barba no, la pierna derecha. Le operan la derecha, ¿verdad?
     - Sí, la derecha. ¡Qué susto! Pensé que me iban a dejar desnudo del todo.
     - No se preocupe, le dejaré la barba como está. Eso sí, le convertiremos en todo un hombre moderno, en un “metrosexual” de pierna depilada de por medio.
     - ¡Quién me lo iba a decir, a mi años!
     - Cosas de la vida, amigo. Levántese el pantalón, por favor.
     Mientras el enfermo va haciendo lo que le dicen, el hombre de blanco extiende la toalla en el suelo. Seguidamente pone la pierna derecha desnuda sobre ella y empieza a pasar la cuchilla de afeitar, de abajo arriba. En un periquete medio muslo, la rodilla y media pantorrilla, se ven blancas, blancas con la leche, como el culito de un niño. “Pierna dos veces desnuda”, piensa el rasurado.
      Los hermanos, Manuel y la esposa del paciente, miran el quehacer del hombre de blanco, en silencio.
     - Bueno pues esto es todo. Suerte, amigo.
    Se incorpora, sonríe y sale de la habitación, hacia otro destino, hacia otro cliente. Las cuchillas van en la bandeja, al lado de la toalla, con toda normalidad.
     De nuevo el tiempo se ralentiza, se queda quieto, esperando algo que no llega.

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