Me transportaba una camilla sobre raíles, bajo un techo abovedado de colores parduscos, a una velocidad de treinta o cuarenta kilómetros por hora. Veía mis pies desnudos al final de mi cuerpo, y ese color macilento de los días de fiebre. Iba sin ropa bajo la sábana. Sentía vergüenza y miedo. “Un trozo de carne más soy, un objeto de trabajo”, pensaba. Luego el transporte se detuvo y pude ver las costillas de las vacas, chorreando sangre, colgadas de unos ganchos instalados en el techo de ladrillo; también los oscuros túneles que se abrían a mi izquierda y a mi derecha. Hacía frío, el frío de una estancia sin vida. Unos brazos que no pude ver me levantaron y me pusieron en una mesa de mármol helada, bajo una luz potente. La sierra circular daba vueltas justo sobre mi cabeza. El ruido era ensordecedor. Los músculos se tensaron espoleados por el pánico. Grité, grité desde la desesperación. Ahí me desperté, empapado de sudor. |
miércoles, 18 de febrero de 2009
EL GRITO
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El miedo gobierna nuestras vidas, desde la cuna a esa otra cuna
ResponderEliminarde madera con algunos adornos de bronce.
Si fuera creyente rezaría para que el trance por el que vas a pasar
fuese lo menos doloroso y agresivo posible, y por verte pronto haciéndonos
trabajar, ahora con más autoridad, pues vendrás por algún tiempo armado con
una muleta.
Magnífico tu ejercicio literario, que te habrá servido para disimular tu miedo real.
Pero, es hora de asomarnos al exterior.
Tenemos que comunicarnos con otras asociaciones, sería funesto e inútil
contentarnos con:
Yo aplaudo tus obras a ti
Tú aplaudes mis obras a mí.
Adivina quien soy
Está claro.
ResponderEliminarEres Anónimo.
Santiago Solano