lunes, 27 de julio de 2009

MI CIUDAD




A mi amigo Javier Ribas tras leer su ¡Va por vosotros!


     Al verla decidió no bajar del autobús. Se quedó allí, dos asientos detrás de ella, observando el arco de la camiseta roja sobre la piel blanca moteada de pecas. El pelo rubio caía desde la altura de un cuello esbelto como una cascada de deseo. Estaba solo, lo mismo que aquella tarde, con esa soledad que sólo es posible en medio de la gente. Y excitado, muy excitado; como aquella tarde  en la que, sentado, solo, frente a su cerveza, pensaba en Luisa, en su muñequita rubia, en la mujer con la que había compartido los días y las noches de más de treinta años. Pensaba ahora también en sus labios rojos que ya no volvería a besar nunca más.
     Al lado de la mujer rubia del autobús se sentaba el hombre amarillo. El japonés, a pesar de su pequeño físico, de su cara redonda cubierta de arrugas y cicatrices, de aquel desgarrón bajo las cejas a modo de ojos, de aquella fealdad manifiesta, no en vano apenas si tenía nariz, iba contándole a la chica, en un español atiplado, patrañas increíbles. Y ella iba encandilada con aquellas historias de honor y viejas espadas afiladas, escalofriada con aquellos dedos de la mano derecha que caen al suelo, recién cortados, bajo el rostro de un héroe anónimo que suda de dolor, mas sin una mueca que lo revele. Luego ve la mano mutilada de él, esa mano que la chica se lleva a la boca y besa.
     Sin saber por qué, piensa en la escena de la película en la que un escritor americano, tildado de aventurero irracional por su generación, discute con un militar nipón el futuro de la humanidad. El ejemplo del autor loco, ese enfrentarse a la vida con lo que uno tiene, aunque sólo sea imaginación, le descubre su camino, aquí en Palencia, cuando el autobús circula por la calle Gabino Alejandro Carriedo. Ve entonces recostarse la luz del sol a los pies de los árboles, oye el canto de una bandada de pájaros, huele el aceite de una churrería, toca la llave de su nueva vida en el bolsillo del pantalón, saborea el caramelo de menta que no recuerda haberse llevado a la boca, pero que ahora salta nítido a un primer plano.
     Luego, sencillamente, dice:
     - Ésta es mi ciudad, la que he imaginado tantas veces.

2 comentarios:

  1. Terminarás saliendote con la tuya, viajero, haciendo que la Literatura cobre entidad propia,ajena al autor pero con un brindis común...Fíjate que incluso yo le he cambiado el nombre de esa calle a Palencia y en el mail que te envié puse Gabino Evaristo Carriedo...La verdad es que Palencia es una ciudad imaginaria. Yo creo que ni Javier vive allí. Una vez estuve y, paseando por sus calles, tuve la sensación de estar en una ciudad mentalmente inventada. Yo creo que los soportales de la Calle Mayor y el kiosko de música de la Plaza sin son reales, pero poco más.
    Habrá que ir para ver si está.

    Port

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  2. Gracias Emilio por entrar en el juego interactivo. A ver qué somos capaces de hacer entre todos.
    Un saludo cordial.
    Santiago Solano

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