miércoles, 5 de agosto de 2009

BRAZOS CRUZADOS




     El reloj de La Puerta del Sol está al fondo, bajo un sol de justicia que deja un metro de sombra en la acera. En esta otra sombra, la del edificio dedicado a la electrónica de El Corte Inglés, hay un joven con un vaso grande de plástico en la boca. Hay en él algunas monedas que hace sonar con reiterados movimientos de cabeza. Pasea continuamente, desde la puerta de acceso al edificio, hasta el vendedor de cupones de la ONCE, sentado en la zona de luz, bajo un parasol de bordes blancos y tela a rayas amarillas, azules y verdes.
     El joven que lleva el vaso de plástico translúcido en la boca va solicitando una ayuda, una limosna. Como no puede vocalizar bien, apenas se entiende lo que dice. Es más un gemido que una petición. El ruido de las piezas en el vaso es alto, se oye perfectamente. La gente va y viene, cada cual a lo suyo. El joven tiene el pelo corto, moreno, despeinado, con un flequillo que apunta al cielo y una nariz de boxeador. Viste una camiseta roja, sin mangas, para que se vea a las claras que no tiene brazos, un pantalón tejano y unas sandalias. De vez en cuando alguien deja caer veinte céntimos, e incluso algunos, hasta un euro.
     Son las seis de la tarde cuando se le acerca el otro joven. Pelo largo, barba desaliñada, ropas sucias, ojos de fiera enfurecida, tufo a vino. Fuma un cigarrillo rubio. Se le queda mirando, sin decir nada. El joven sin brazos se tensa, nervioso, se da la vuelta y comienza a andar. Pero el de las barbas se le adelanta, se le enfrenta y le grita que nunca más le vuelva a dar la espalda. El joven sin brazos muestra el horror en su cara. Dice algo que parece una pregunta. El de las barbas, rápido como el rayo, entra la mano en el vaso y le roba unas monedas. El joven sin brazos empieza a refunfuñar palabras ininteligibles, siempre con el vaso bien sujeto entre los dientes. El de las barbas, apaga el cigarro en el borde del vaso y lo tira dentro. Luego se va. Da seis o siete pasos apresurados; pero se vuelve para decirle que no se le ocurra decirle a nadie lo que ha pasado, que mañana volverá. El joven sin brazos deja caer un par de lágrimas, de rabia, supongo.
     Mucha gente lo ha visto, se han quedado como yo, quietos, como estatuas, observando; pero nadie ha hecho nada.



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