martes, 11 de agosto de 2009

LA NEGRURA DEL GRISÚ




     Antonio Tirano Banderas-Papel era el más sigiloso de los guerrilleros. Caminaba sobre la hojarasca en silencio. Si agudizabas el oído era como si una leve brisa estuviera pasando. Y era casi invisible. Bueno, cuando se esmeraba, no había nadie que supiera a ciencia cierta por qué parte del cuerpo del enemigo iba a emerger su cuchillo. Apareció en el campamento del Pozo Funeres la noche del uno de mayo de mil novecientos treinta y siete, a las diez en punto de la noche, mientras cenábamos pan de maíz y un trozo de tocino rancio. Abajo, en el valle, muy lejos, se oían las campanas del reloj de la iglesia de Laviana, como una ilusa llamada de paz. Nadie se percató de su presencia, los perros no lo olieron, los centinelas no lo detectaron, las bestias de carga, avispadas como nadie, ni se movieron. De pronto vimos el papel, la carta de presentación, y la negra mano derecha extendida hacia Manuel, nuestro jefe, sobre las ascuas. Nos sorprendió a todos aquella noche. Nos hubiera podido matar a todos si hubiera querido, allí mismo, en aquel mismo momento, en la oscuridad, en silencio; como hizo con otros muchos otras noches, después, cuando salíamos a la caza del uniformado.
     Antonio era un hombre alto, de casi dos metros, de brazos musculosos y tórax amplio. No era negro, aunque lo pareciera. Hablaba lo justo para hacerse entender. Sólo El Xepu, que era de su pueblo, de Los Barredos, cruzaba de vez en cuando algunas palabras más con él, recordando tiempos de la niñez, o de las calenturas de las chavalas en las fiestas de los pueblos cercanos. Era asturiano, como todos nosotros. Y había trabajado en la mina, en el pozo María Luisa. Fue precisamente El Xepu quien nos explico lo del color negro de su cuerpo. Dijo que había sobrevivido a una explosión de grisú, nadie sabía por qué; que ni los médicos se lo explicaban: “La mina ardió con él dentro, y cuando salió, por su propio pie, salió así, negro como la noche”. El Xepu decía que estuvo mucho tiempo en el hospital de Oviedo, más de un año, que lo retiraron porque no querían que los otros mineros lo vieran, y que le dejaron una paga para comer y poco más. La piel de Antonio, con el paso del tiempo se fue alisando hasta alcanzar una textura pizarrosa, tal como era cuando entró a formar parte de nuestra partida.
     Antonio Tirano murió dos meses después, en el puente de La Chalana. Se roció de gasolina, se prendió fuego y se subió a un camión militar lleno de uniformados, con el cuchillo de matar osos en la mano. Nadie se lo echó en cara. Manuel, nuestro jefe, dijo:
     - Vamos, es mejor así, sigamos nuestra caza.




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