domingo, 7 de noviembre de 2010

AL FINAL DE LA CARRETERA

          Vicente sólo cogió un tren en su vida. Y porque lo empujaron. Se arrellanó en el asiento de primera y vio pasar las tierras de cultivo, las montañas, los túneles, los mares; incluso alguna que otra estrella fugaz. En cada parada, que se producía exactamente cada tres meses, Vicente miraba todo con ojos sorprendidos. Llegaban los hombres vestidos de uniforme y, sin mediar palabra, se llevaban cada vez una cosa: un aplique, una hilera de asientos. Tres décadas después el vagón era sólo la sombra de lo fue: un espacio vacío, un campo arrasado lleno de ausencias. Vicente estaba solo.