sábado, 13 de octubre de 2012

Bar Las Margaritas.


 “¡Dios, sí que me amaba! Cumplió la promesa. Te puso mi nombre.”


     No volví a ver a la señora mayor de pelo rubio platino hasta cinco meses después, cuando nuestro breve y extraño encuentro en el Café Gijón se había enquistado en mi memoria y yacía en mi recuerdo convertido en un sueño de inquietud. La verdad, todo este asunto de los amores novelescos de mi padre se me fue de las manos desde el principio. Aquella insinuación – “¡Dios, sí que me amaba. Cumplió la promesa. Te puso mi nombre!” -, abrió en mi viajera imaginación la puerta de las mil y una historias. Despierta me hacía, entre otras muchas, las preguntas siguientes: ¿Quién era aquella mujer? ¿Qué relación tuvo con mi padre? ¿Por qué aparecía en mi vida ahora? ¿Qué intenciones la traían hasta mí?
     Durante más de dos meses, siempre los martes y los jueves, mientras dormía, soñé con las calles nocturnas de un Oviedo de posguerra lleno de niebla, las fachadas de las casa con las balas incrustadas a la vista. En medio de aquella desolación, una pareja de enamorados cogidos de la mano, caminaban hacia ninguna parte, rompiendo la quietud de la noche. Esa pareja eran ellos, mi padre y la mujer de pelo rubio platino. Yo los seguía, sin ningún motivo. Sólo quería saber, preguntarles. Pero cuando los detuvo mi voz, cuando una pregunta olvidada saltó al húmedo aire de aquella noche sin tiempo, ellos se volvieron. Y ellos ya no eran ellos. Ellos eran ellas. La mujer de pelo rubio platino y la otra mujer, un poco más alta, es decir yo. Ahí me despertaba. Me despertaba porque mi subconsciente no permitía, ni en sueños, un sentimiento así, un deseo así, en esa dirección.
     La vi, al menos eso creí entonces, desde el coche, a la salida de Los Barredos, en Asturias, apalancada en la puerta del bar Las Margaritas, como una mujer cualquiera de la vida, eso sí, muy rejuvenecida, a mi izquierda, cuando subía hacia Entralgo, la patria chica de Armando Palacio Valdés. Había quedado allí a las once de la mañana con Noelia Sánchez, la directora del Centro de Interpretación del afamado escritor asturiano, para consultarle algunos detalles editoriales. Amaya Elezcano, nuestra flamante directora de Relaciones Editoriales, necesitaba algo novedoso para una nueva edición de colegio de la “Aldea perdida” y, como yo me había criado en la zona y conocía bien la comarca, me lo había encargado a mí. El trabajo fue muy bien. Noelia estaba como siempre, como la recordaba del instituto, simpática y cariñosa. Enseguida llegamos a un acuerdo. A las dos y media habíamos terminado. Nos acercamos a comer a La Casona. A la vuelta, al enfilar la recta de Los Barredos, algo tiró de mí. Paré el coche y entré en el bar Las Margaritas.
     Entré por la puerta de la izquierda y me fui derecha a la barra. Había una jovencita de pantalones tejanos, blusa escotada y piercing de nariz, sentada también a la barra, fumando y masticando chicle, al fondo de la estancia, de espaldas a la televisión, sobre ella. Olía a sidra y a cordero asado. La camarera era una mujerona de poco más de cuarenta años, muy alta, de pelo rizado y carne fofa, con una voz varonil agriada por el aguardiente.
     - ¿Qué quieres? – dijo secamente.
     - Ponme un café con leche.
     Me senté en la banqueta, puse el bolso en el mostrador, encendí un cigarrillo, y le eché un vistazo al local. Entre puerta y puerta, en la penumbra, había un par de mesas con sus respectivas sillas. En la que estaba pegada a la pared, en la semioscuridad, dos muchachas no sé si mayores de edad se besaban en los labios, con toda naturalidad, como dos enamorados. Bueno, eran además caricias, por debajo de la mesa, en la entrepierna, y un poco más arriba también. Aparté la vista. El asco me vino derecho a la boca del estómago. Pero, para sorpresa mía, he de reconocerlo, no vino sólo, había también un cierto deleite que llenó de rubor mis mejillas. Aparté los ojos, sí, lo hice instintivamente. Pero ellas se dieron cuenta, la tres, buenos, la camarera también. Entonces bajé los ojos al suelo, avergonzada, y vi el serrín cubriéndolo todo, y los restos de otros cigarros; todos ellos con restos de carmín en la boquilla. Quise marcharme y no pude. El sueño había vuelto a mí con toda nitidez, de golpe. La mujer de pelo rojo platino y yo cogidas de la mano, como un estruendo en mi consciencia, con un asco y un deseo, como una contradicción.
     La camarera trajo el café.
     - ¿Qué le debo? – dije.
     - Por el café uno veinte. Por el desprecio cinco. O sea, seis euros con veinte.
     Me quedé muda de sorpresa. Ni reaccioné siquiera. Estaba temblando. Saqué el monedero. Le di un billete de diez euros, eché el azúcar en la taza, removí y me lo tomé de un trago, quemándome toda por dentro. Para cuando la camarera me trajo el cambio ya estaba yo lista para salir.
     - La Madame me ha dicho esta mañana que le diera esto, junto con el cambio.
     Era una tarjeta de presentación de la dueña del bar Las Margaritas, en papel pan tostado. Había un nombre, un número de teléfono. Y por detrás, escrito a mano, ponía: “Igual, la misma cara que tu padre”.



12 comentarios:

  1. Intrigante y bien relatado.
    Un abrazo.

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  2. Los misterios que nos guarda la vida !!

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  3. ¡Hola Elia! Soy Sofía de casa literaria. Preciosa historia,qué bien escribes. He puesto tu nombre, enlace e historia en mi web, http://tallerliterario.creatuforo.com/index.php

    Si tienes alguna pega con eso, por favor, déjame tu comentario en mi web. Está en mi foro NUESTROS RELATOS AMOR.

    Yo soy lesbiana y me ha encantado especialmente tu historia.

    Un besazo de Sofía

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  4. Gracias Ohma por tu visita.
    Intriga y literatura, según tus ojos de lectora.
    ¡Me gusta!

    Elia

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  5. Gracias Trim por tus palabras.

    Es verdad, la vida está llena de misterios. Nunca sabe uno lo que se puede encontrar.

    Lee un poco más abajo.

    Elia.

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  6. Estimada Sofía.

    Gracias por esta visita y esta lectura que me haces. Gracias, otra vez, por tus halagos, eso de “preciosa historia, qué bien escribes”, que me llena de orgullo, de mucho orgullo.

    Como escritor no se puede pedir más. Has creído todo lo que cuento, he conseguido la verosimilitud.

    Dicho esto quiero dejar claro, para que nadie se equivoque de aquí en adelante, que este CUADERNO DE BITÁCORA es TODO FICCIÓN. Y cuando digo cuaderno de bitácora, no digo blog, y cuando digo ficción, estoy diciendo lo que estoy diciendo.

    Por si acaso no se entiende. Cuaderno de Bitácora, según del diccionario de la RAE, es el “libro en que se apuntan las incidencias de la navegación”. Estamos pues ante un viaje, para el lector ante un viaje, imaginario, que bien pudiera ser real, para el autor ante un viaje, literario, cuyo fin es escribir de cuatro maneras distintas, bajo cuatro personalidades distintas, y dejar una quinta en el silencio, como recurso final de toda esta historia, como explosión literaria final de toda esta historia.

    Todo en este Cuaderno de Bitácora es tan imaginario y tan literario que ninguno de los cinco autores que escriben en él, ni siquiera Santiago Solano es un ser de carne y hueso. El Santiago Solano de este Cuaderno no es Santiago Solano Grande, la persona física que paga sus impuestos y muere cada día un poco. El Santiago Solano de esta Bitácora es un autor muerto, un autor que no escribe, mientras el que paga impuestos, escribe, baya que si escribe, escribe todo esto que ustedes leen.

    Este Cuaderno de Bitácora es ficción, todo es ficción en este Cuaderno de Bitácora.

    Por todo esto, querida amiga Sofía, y puesto que todos y cada uno de los elementos que componen esta bitácora es cosa de contenido y continente – el que quiera entender que entienda-, incluida las imágenes, la colocación de cada palabra, los espacios de cada párrafo, etc., digo que tengo que PEDIRTE QUE ELIMINES DE TU WEB EL TEXTO, tal y como lo tienes puesto. Está bien que pongas el enlace a mi web, para que el que quiera leerlo lo lea tal y como yo deseo que sea leído; pero sólo eso. No está bien, nada bien, que formatees el texto a tu capricho y que elimines las fotografías, que crean ambiente, ese ambiente que tanto te ha gustado. Y menos que a la derecha de la entrada, en tu bitácora, ponga, autor Sofía. Porque en mi bitácora está claro quién es el autor, no así en la tuya.

    He intentado pedirte esto en tu bitácora, pero para ello me tengo que registrar, hacerme socio de un club al que no quiero pertenecer aunque sólo sea de momento, que si necesitas crear un poco de intriga cuenta conmigo.

    Siento decepcionarte, pero soy chico, no chica.

    Bueno soy Iacob Shilenuss, Nady de Lara, Elvira Robles, Elija G. Solís, Santiago Solano y Santiago Solano Grande.

    ¿Nos vamos entendiendo?

    Un beso.
    Elia

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  7. Una búsqueda sin sorpresas pues la clave está anticipada en el sueño.
    Yo veo a la hroína predestinada hacia el encuentro.
    Un abrazo.

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  8. Gracias María Luisa.

    Es bueno para el autor conocer las conexiones neuronales que sus textos producen en el lector.

    En tu caso, me es muy de recibo el pronóstico, que quizás sea, quizás no.

    Si yo creyera en el determinismo, pudiera ser, pero no sé si creo o no, la fe va y viene como el aroma de una rosa.

    Elia.

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  9. a mi me ha encantado la primera parte...pero esta la estoy viendo ya fuera de lugar y poco creíble..pero bueno , vamos por la 2 parte... me parece superinteresante..
    MAGICO Y SOBRENATURAL -BESOSSS

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  10. Para gustos hay colores, Rosa.
    Gracias por tu opinión.
    Lo tendré en cuenta.
    Elia.

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  11. El subconsciente es fuente de sabiduría y de información que nos ayuda a recordar más, a averiguar más sobre nosotros mismos. También nos permite acceder a más recuerdos, imaginar, mezclar todo y aumentar la creatividad e imaginación. Parece que la concesión con tu subconsciente, Elia, es extraordinario. Solo hace falta leer este texto.

    Besos y abrazos.

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  12. Gracias Mari Carmen.


    Los sueños en mi vida son casi reales, y casi premonitorios.
    Y la realidad, a veces, deja de tener sentido, y es casi como un sueño.
    Así el sueño y mi visita a ese bar.

    Pero todo ello soy yo, sí, sin trampa ni cartón.


    Un beso.

    Elia

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