viernes, 5 de octubre de 2012

Las moscas



     Las vacaciones de verano, para Daniel, en la pubertad, fueron bajar del fresco verdor de la montaña, y bajo ella la negrura del carbón esperándole, al desmedido calor amarillento de la estepa, y sobre ella la cosecha en tiempo de siega. En el norte el sol se veía poco y en el sur todo el tiempo, y la luz era la esencia de la vida. Si no tomaban el tren de asientos de madera y se pegaban doce horas en él, no había vacaciones, no se volvía a ese lugar de magia y embrujo en el que habían nacido los abuelos.

     Las vacaciones eran el calor sofocante, la era y el trillo y los burros, los campos recién segados, el correr por la plaza desierta bajo un sol de justicia camino de la casa del Primo Paco donde esperaba la tele y el botijo de aguas fresquitas, el paseo del tarde, hasta la carretera general, tomándose un helado de los del Tío Antonio, cremoso, muy cremoso; y, sobre todo, el estar con las primas en ese paseo, ya anochecido, las hijas del Primo Paco precisamente – Rosa, Lupi y Pepi -, y las otras primas que también vivían lejos, Cristina sobre todo, ¡qué belleza Cristina!, bajo las estrellas y la luna, y sentir un cosquilleo extraño, casi mareo, por todo el cuerpo, como el balanceo de un barco, y tener miedo y el corazón latiendo deprisa, deprisa, deprisa.
     Las vacaciones fueron también el baño en el pilón, en calzoncillos, y aquel agua del pozo helada. Y las moscas. Daniel le fue cogiendo cada año más horror a las moscas. Las veía posarse en los sitios más asquerosos, sobre la mierda de las vacas, o sobre el hueso de un animal muerto, por ejemplo, y luego en el pan blanco que él iba a comer, y si me apuras mucho en el mismo huevo cocido de su plato. Cada año le resultaba más y más desagradable el vuelo del insecto. Y si se tumbaba la siesta, era un incordio, la mosca en la frente, en la oreja, bebiéndose el sudor del cuello, metiendo ruido, un ruido atronador, como de aeroplano, un estruendo insoportable llenando el silencio de la hora del sopor.  
     A tanto llegó el punto de disgusto que se especializó en la caza de las mismas. Era sencillo. Echaba un puñadito de azúcar en la mesa y esperaba. Acercaba la mano muy lentamente, todo lo cerca que pudiera. La mosca a lo suyo, al chupa que chupa y que chupa del azúcar. Y la mano aproximándose, lenta pero inexorablemente. Luego un rápido movimiento en horizontal. Y ya. Ya tenía la mosca en la mano. ¡Qué asco! Y a correr, a la calle, a echarla a la calle. Pero eso era demasiado ruido. Tío Antonio no admitía esas carreras en su casa, en la sacra hora de la siesta, que luego tenía que volver al rudo trabajo de la parva, y el aventado, y la carga de los sacos de grano, y había que descansar.
     Así que Daniel se buscó sus mañas. Indagó en la basura y encontró un bote de cristal, de estos de cuarto de café soluble, con su tapa a rosca y todo. Y se sentó todas las siestas un ratito, durante todo un verano, a la mesa camilla, después de la telenovela, antes de que bajara el horno de afuera. La persiana bajada, pero no del todo, con la suficiente luz para ver, en pantalón corto, chorreando sudor. Así fue cazando una a una todas las moscas de la sala que pudo, sin prisa, con una paciencia de estoico. Una a una fueron cayendo en sus garras, y luego, con todo cuidado fueron encerradas en el bote de cristal. Al principio se le escaba alguna, pero con el tiempo y la pericia, mosca que veía, mosca que cazaba. Y cuando todos despertaban, él, sin decir nada a nadie, celoso de su secreto, escondía el bote en uno de los arcones del doblado.
     Y así hasta el final del verano. El penúltimo día de vacaciones, en la hora sacra de la siesta, a la sombra de la higuera, en el huerto, muy cerca del pilón, sin piedad alguna, Daniel, tras agitar violentamente el bote para anonadar a las pocas pobres moscas que quedábamos, atontadas por la falta de oxígeno, vertió un poco de gasolina dentro del bote y le prendió fuego. Sólo sobrevivimos tres. Una de ellas ésta que se lo cuenta.







     Así se las gasta

                                 Ella, 
te convierte en lo que más odias. Y como te descuides, acaba contigo.  













10 comentarios:

  1. Me encantó el relato, de principio a fin, y aunque sé que es lo primero que se suele decir, es cierto. Pocos son los que me llevan de la mano de esta manera tan fluida y armoniosa.
    Felicidades.
    Un beso

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  2. Gracias Mj, tús sí que eres

    el pan sencillo de la vida


    Un beso.
    Elvira

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  3. El poema de Machado sobre las moscas termina así: "vosotras, amigas viejas,/ me evocáis todas las cosas" y tu relato me ha hecho evocar mis veranos en Castilla cuando era niña.
    Un abrazo.

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  4. Gracias María Luisa.

    Precioso el poema de Machado.

    Y sí, cuando uno rememora la infancia, en cierta medida rememora todas las infancias. Lo mismo que las moscas. Vemos una mosca, parece la misma, y sin embargo es otra. Así nosotros con nuestra infancia.

    Un abazo.
    Elvira

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  5. Me ha sorprendido la entrada, además no se porque muchos que fuimos niñ@s las moscas llegarón a ser herramientas de juego.

    Y las vacaciones no se alejan mucho a las de mi infancia.....hoy los niñ@s son más de Pley y ordenata, como cambia los tiempos y uno con ello...

    Un cordial saludo.

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    1. Gracias E.P por tu comentario. Es verdad, el mundo cambia, constantemente. Cambia tanto y tan deprisa que nos deja siempre en el pasado, como muebles pasados de moda.
      Un beso.
      Elvira

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  6. Gracoas Rosa por tu visita, y por tus alagos.
    Saludos.

    Elvira

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  7. Es curioso que las moscas destapen el tarro de la nostalgia. Recuerdo mis veranos de la infancia en Navarra y la pelea de mi abuela, siempre pendiente de hacernos la vida más agradable a los demás, por eliminar esos molestos insectos.

    Es un texto, además de bien escrito, tan evocador que despierta imágenes que creía dormidas. Viajar a mi pasado a través de tus palabras, Elvira, ha sido una experiencia muy placentera. Gracias.

    Besos y abrazos.

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  8. Gracias Mari Carmen por tus palabras.

    Que la verdadera Paloma de la Paz, la que hoy campea en tu bitácora y anida en tu corazón, esté siempre contigo.

    Un besote fuertote.
    Elvira

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