sábado, 3 de noviembre de 2012

Alien, el insoportable pasajero.







     Estoy sentada en la sala comedor mientras escribo esto, la televisión apagada frente a mí; y la nevera ligeramente escorada a la izquierda, y el resto del mueble bar, con sus puertas acristaladas de verde esmeralda, a la derecha, junto a la ventana y la persiana bajada. La luz blanca del fluorescente rebota en el florido mantel de hule - cerezas, manzanas y pan sobre fondo blanco -, y me llena los ojos, y disimula la barrera mental que he montado entre el lugar en el que escribo y la habitación en la que Ella come, que está en la perpendicular del rabillo de mi ojo izquierdo. Ella hoy es como una broma de mal gusto, está travestida de Alien. 


     Lo sé porque oigo la secuencia de sus babas estirarse, romperse y caer sobre las baldosas color teja del suelo, porque huelo su aliento que me recuerda el azufre en las pestañas de las montañas del fuego, porque de vez en cuando me lanza un hueso lirondo que todavía trae sangre fresca, esa sangre que fue vida dentro del corazón del anciano, de ese hombre que fue mi padre y que ahora es esa masa de carne tumbada en la cama, esa memoria diseminada por la habitación húmeda como si fueran viejos papeles abandonados, como si fueran excrementos secos de caballerías, como si fueran rayos de sol detenidos en la altura de los árboles envueltos por la niebla. 
     La temperatura baja despacio; y empieza a hacer frío, y hasta el aliento se me hace visible. Nunca había pensado que la muerte bien pudiera ser esto, la limpia y lenta caída del calor. 
     Me levanto, desato la barrera mental y entro en la estancia. El alien se mueve inquieto, se aprieta contra el cabezal de la cama, me observa como lo que es, una alimaña sedienta de violencia. Pero a mí me preocupa más el octogenario. Lo veo inmóvil, tumbado de lado, la espalda ofrecida al monstruo. Parece que durmiera. De vez en cuando da un suspiro al que le siguen dos o tres pequeños ronquidos. La luz de una tarde de lluvia penetra por los cristales de las ventanas, también el monótono compás del agua en las ramas de los plátanos de sombra que adornan la acera. La soledad es esto, pienso. 

     Pero no tengo tiempo para más. La lengua penetradora del monstruo, con sus aguerridos dientes babeantes, sale disparada desde su cabeza negra, bajo sus fríos ojos, buscando mi cuerpo. Para cuando llega a mí, yo ya no soy materia, soy espíritu; y soy visible, y nada puede tocarme. Eso sí, la lengua asesina, cuando se retira del lugar en que debiera estar mi cuerpo, se lleva un trozo de mi amor. Lo sé porque lo veo. Las células verdes del alien intentan asimilar la masa blanca, esa pura esencia de mí, y no pueden. Siento el dolor del olvido quemándome el alma y en un ataque de desesperación salto sobre la bestia. Y mi voluntad hace que mi mano derecha sea la de lobezno, y mis cinco dedos son tres largas hojas de guadaña que penetran la oscuridad del miedo. La sangre verde cae desde el corazón del monstruo para quemar y no puede. Brama el alien, y muere, y se desintegra ante mis ojos.


     Estaría mejor en una residencia que aquí solo, con esta bestia devorándole los recuerdos, pienso. Recojo todo. Le doy un beso de despedida. ¿Ya te vas?, pregunta él. Es la hora, digo. Y salgo a la calle, y miro por la ventana; y allí está de nuevo el Alien, comiéndose los recuerdos del anciano, mi padre. Me siento al volante. Y me sangran las manos, y no me importa; y acelero. 






     La carretera se abre ante mis ojos. Atrás quedan Ella, la devoradora de hombres, y él, mi padre, como si fueran un mal sueño.



     








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Otra Barcelona
por Elvira Robles








10 comentarios:

  1. Sobrecogedor relato Elvira. Una lectura que no me deja indiferente por su tremendo contenido.
    Te felicito por su fluidez.
    Un abrazo enorme

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  2. Tremendo relato,tremendo!
    Esos recuerdos que atesoramos durante nuestra vida se los llevan, si.
    Muy bien narrado y lleno de imaginación.
    Un fuerte abrazo.

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  3. La protagonista se delata: en el subconsciente hace lo que el consciente no le permite. Para mí el padre y el alien son lo mismo.
    Un abrazo.

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  4. Elvira,

    Me he quedado sin corazón y sin alma, com otú. He fisionado mis recuerdos, de mis aliens y el monstruo devorador, a tus vivencias.

    Las sentí de igual forma, todavía recuerdo sus ojos, sus tentáculos y el miedo difuso de esa persona que ya no estaba aunque amara su cuerpo marchito...

    Gracias, amiga. Un placer leerte. Ann@

    PD. Entre en tu blog, de casulidad y me quedé. Te invito al mío, y si te agrada, sería un honor que participaras en él. Gracias

    http://annagenoves2012.blogspot.com.es/2012/11/frikis.html

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  5. Sobrecogedor, tremendo, fluido.

    Gracias Mj., muchas gracias por tus palabras.

    Elvira

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  6. Tremendo, bien narrado, imaginación.

    ¡Qué bien! Me dejas muy contenta.

    Elvira

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  7. Maria Luisa, la lectora atenta
    que va más allá de lo que se cuenta.

    ¡Qué gran lectora amiga!

    Elvira

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  8. Me he acercado a tu blog.
    He leído un poquito.
    El lenguaje que usas me gusta, y el desparpajo de la prota; todo muy gráfico, todo muy de gente muy joven...
    Yo he recordado con tus textos que una vez también fui adolescente, e inconformista - llevaba el pelo a lo garçon sólo para fastidiar a mis padres -; y me he sentido bien.
    Felicidades.
    Le diré a todos mis amigos que pasen a leerte, que merece la pena.

    Elvira.

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  9. Realmente me ha impresionado tu relato, me ha traído algunos cuadros de Goya en su parte más negra, el monstruo de la muerte es la muerte misma de todo lo que nos rodea cuando ataca. Eres una gran narradora. Te seguiré leyendo. Un abrazo y feliz fin de semana. También me ha gustado la fotografía.

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  10. Gracias Julie por tus palabras de poeta que me alegran el alma.


    Elvira

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