sábado, 28 de julio de 2012

EL OJO

POR ALUSIONES
     Cecé abre la membrana de su cuarto orificio, el más próximo a su cintura, y excreta una luz azul sobre el botón de apertura. La puerta de la pastillería se abre. Nuestro protagonistas sale a la calle y deja que la calima celeste le empape primero y le alimente después todas y cada una de sus células. La calle es recta y llana, de seis metros de ancho, revestida toda ella también con esa misma capa de plástico de las paredes; sólo que el suelo imita la textura del alquitrán de nuestras carreteras. Los edificios suben todos a la misma altura, seis metros, y ninguno tiene tejado; la totalidad de ellos acaba en una azotea sin pretil ni quita miedos alguno. Si pudiéramos observar la estructura de esta ciudad desde lo alto veríamos el dominio de la geometría y la exactitud. Calles rectas, edificios cuadrados que se unen a otros edificios de la misma guisa para seguir formando un cuadrado mayor, todo en seis por seis metros, todos en múltiplos de este número. 
     No lo sé. No me pregunte usted por qué, Señor Wyndham, que toda esa información está más allá de mis conocimientos de este mundo. Es así; simple y llanamente. Y sí, ahora los doce pares de ojos de Cecé se centran en el cambio al blanco del cielo. Es la constatación inequívoca de que una galaxia se alza en el horizonte negro, piensa. Ahora Cecé sabe. Los Mecánicos han abierto la primera bóveda, la bóveda de diamante negro, la que preserva a Gran Madrigal del frío intergaláctico, y él ha de reunirse con los otros a la mayor brevedad posible. Toda esta historia de la pastilla inexistente ha de esperar. Lo primero es lo primero. Él es un Observador. Ha de unir sus fuerzas a la de los otros.  
LA METAMORFOSIS
de Franz Kafka
     La plataforma que le sirve de transporte a Cecé, esa especie de ridículo patinete que mueven energías ocultas, de repente, empieza a transformarse. Se estira como si fuera de chicle. No, amigo, no se despliega, en ningún momento tengo la sensación de eso. No hay ruido alguno que lo confirme, no hay elementos visuales que lo certifiquen. Sencillamente se estira horizontalmente, a izquierda y derecha de nuestro Madrigaleño, hasta situarse a cinco centímetros de la paredes de los edificios. Para cuando ha llegado a esta distancia, la plataforma es ya un tubo de acero puro del que sale un chorro de energía de color azul báltico. Sí amigo Gregorio, esto no es un sueño. Tampoco, amigo mío, tampoco es eso; Cecé no se acaba de despertar convertido en un monstruo, como le ocurrió a usted. Cecé es así. Su mundo es así, tal y como mis ojos sumergidos en vino añejo lo ven y mi palabra de borracho lo describen. Pero hay más. Las patas de las ruedas se despliegan verticalmente, esta vez sí, un despliegue en toda regla, como un viejo catalejo del siglo de oro de las letras españolas. La plataforma va subiendo hacia la cintura, transformando el infinitesimal punto de conexión de ambos en un círculo que se agranda hasta alcanzar el metro cincuenta de la cintura de Cecé. Una vez consumado el ajuste, que nos da la imagen de un balón de rugby enhiesto de brazos metálicos apoyados en la pared de los edificios, se produce el giro de cuarenta y cinco grados. Todo el largo de Cecé queda paralelo al suelo. Sus ojos miran al fondo de la calle. Entonces empieza el movimiento, mientras las patas se repliegan y las ruedas se funden en la barra de acero de los costados. El movimiento empieza muy lentamente. Es como si se estuviera tomando perspectiva, o se tomaran unos ajustes que desconocemos. Luego todo va más rápido. Al poco, nuestro protagonista es un minúsculo punto moviéndose por las rectas calles de la quinta luna Madrigaleña a una velocidad de trescientos cuarenta y tres kilómetros por segundo. Lo mismo que otros muchos de su condición. 
     La verdad, no sé por qué a esta velocidad precisamente, Señor Samsa. A veces pregunta usted demasiado. 
EL OJO DE SAURON
Tolkien
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
     En apenas dos minutos llega a La Gran Explanada, un lugar despoblado de dieciséis mil metros cuadrados. Hay allí ya otros exploradores, cada cual ocupando su lugar. Cecé deshace su forma de viaje, vuelve a la posición de patinete con cuatro ruedas, quiero decir, y ocupa su puesto, la cuadrícula cuatrocientos ocho, un cuadrado de cuatro por cuatro metros. Las cuatro membranas de su cuerpo excretan seda y forman sobre su cabeza, a una altura de cuatro metros del suelo, un cuadrado de fondo verde yerba que ocupa toda su cuadrícula. En el centro del cuadrado verde, un ojo. Un ojo humano que escudriña el cielo. Sí, señor Tolkien, algo así como uno de nuestros telescopios. Pero lo más llamativo de todo esto es que a medida que van llegando los otros exploradores la Gran Explanada se va cubriendo de ojos. Y una vez están todos, los cuatro mil exploradores, esos cuatro mil ojos de cuatro por cuatro metros cada uno, se convierten en uno solo. Un único ojo de seda dentro de un cuadrado verde de cuatro mil metros de lado. ¡Pedazo telescopio! Todos los exploradores son uno, un único ser vivo que observa el cielo. Un único ojo que busca un imposible, una estrella llamada Sol. Y allí está. Lo imposible se hace nuevamente realidad. Cecé comprende entonces que no sólo el universo es una esfera. El tiempo es también una esfera.

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5 comentarios:

  1. Iacob..." El ojo "

    Lo imposible..una estrella llamada Sol...no serà estrella solita ...como se titula mi blog jaja

    ¡¡ Fantàstico relato !!!

    un beso

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  2. Gracias Doris por tu comentario.
    Me pasaré por tu bitácora a ver de qué color es esa estrella tuya.

    Iacob

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  3. El universo es una esfera, dices en la entra anterior.
    El tiempo es una esfera, dices en esta entrada.
    Cece, con su forma oboide, es también una esfera.

    Muchas casualidades son esas, Iacob.

    Y yo sé que tú no dejas ningún cabo suelto, que cada palabra tuya dice lo que dice y algo más.

    Las calles rectas, el cuadrado, la geometría. En definitiva, lo mensurable, y junto a ello, esos personajes infinitos. Gregorio Samsa, el Ojo de Sauron.

    Y ese imponente pedazo de telescopio buscando al sol, a nuestro sol.

    Es precioso, y apasionante, como tú.

    Un beso.
    Elvira

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  4. Estimada Elvira.

    Los ojos dejan de ver en cuanto los cierras.
    No los cierres, que los tienes muy bonitos.

    Iacob

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  5. Comentario a caballo de dos entradas.
    Lo menos que se puede pedir a un escritor que se precie es que cree su propio universo. A partir de otros pasos y referencias uno llega a crear algo único, personal e intransferible, aunque pretenda transferirlo a través de ese código genético de la Humanidad que es el lenguaje, hablado y escrito, aunque el que a mi me interesa más es el escrito. He vuelto atrás después de la siguiente entrada para comprenhender todo. Todo es circular, sí, pero nosotros elegimos nuestros propios círculos. Me desborda, señor Shilenuss. Me desborda su siguiente entrada y sus referencias...y todo este cauce que ha creado. Yo, que conocí a un buen amigo suyo en un autobús mágico, creo que no puedo abarcarle a usted ahora en este transporte espacial que le lleva a lo infinito y a lo insondable. Pero seguiré la estela. Por si se me queda algo, por si aprendo algo, por si reconozco algo. Además de lo que siempre reconocí y supe, aunque solo yo y algunos pocos, entonces, lo supiéramos. En cualquier caso, para no hacer ruido, para pasar lo más desapercibido posible en su bitácora, como el orden y el desorden se asumen en el caos, que es el mayor Orden, regreso a esta parte pasada para intentar meterme en ese Gran Silencio que solo habla a los Elegidos. Entre los que, aunque usted no lo sepa - o quizás lo sepa - se encuentra.

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